Buscando la Alétheia

El sídrome de Epimeteo II: las armas divinas.

Hace casi 2 años escribí un post sobre un libro que compré un años antes. Y Como muchas otras veces, quedé con la intención de profundizar un poco más en un post que escribiría más tarde… y bastante mas tarde es, pero nunca lo es demasiado.

En este tiempo me he visto sumergido totalmente en «el mundo». Problemas laborales y personales, terremotos internos y externos (utas que fue fuerte el de febrero del año pasado), cambios de gobierno, apatía extrema, la necesidad de producir como sea… el mundo me comió durante este tiempo. Pero de vez cuando una cosquillita molesta pica detrás de los ojos, o dentro del pecho, en lugares que no puedes alcanzar para rascarte. Molestias que pueden traducirse en ver defectos en los demás, cuando en realidad son advertencias sobre tu propia conducta que no te gusta. Y si bien lo normal es que las releguemos al olvido y nos hagamos los lesos, tomando pastillas para el dolor de cabeza o antidepresivos, la realidad es que son señales internas para que de una vez por todas te vuelvas a enrielar.

En mi caso son ciertos libros que me llaman una y otra vez, que pienso en ellos pero que no logro encontrar. Por ejemplo, el libraco al que se refiere este post estuvo perdido meses… y yo juraba que lo había prestado y nunca lo volvería a ver. Y así fui dejando a un lado su búsqueda, pues no estaba en los lugares donde se suponía debía estar (mi librero de libros imprescindibles o mi velador)… lo que grafica completamente esa modorra y comodidad que me ha invadido este tiempo simplemente porque estoy muy cansado para hacer otras cosas que no sean ver tele (buenas películas y series, pero igual pascual).

Como iba diciendo, el libro («El síndrome de Epimeteo», por si no clickearon el link del inicio) se me aparecía una y otra vez en la mente, desafiándome a volver a leerlo, o mas bien, a enfrentar la vida segun la perspectiva que me enseñó. Y yo seguía ahí, haciéndome el leso y cayendo precisamente en su tesis central: que el hombre (y mujer, que en esto somos iguales) occidental se caracteriza por la cultura del olvido, por confundir lo importante con lo accesorio, por vivir en la tontera porque olvida cultivarse a sí mismo.

Puchas, caí redondito. Me describe completamente.

Y lo mas terrible es que yo ya lo sabía, que he luchado conscientemente contra eso durante mucho tiempo, que en algun momento me sentí superior porque tenía claridad sobre estos temas y, segun yo, estaba un escalón por sobre ello. Y ¡PAF! Llega la realidad y se encarga de mostrarme cuán debil es mi andamio, que por un par de dificultades ridículas olvidé todo y me metí en la vorágine que tanto he criticado.

«El mundo sigue ahí», dice un famoso blogstar, y es verdad. El mundo sigue ahí, y parte de la lucha es no sucumbir a él. Sus cantos de sirena, sus dificultades, sus obstáculos, todo está diseñado para que nos empapemos en él y nos distraigamos de lo único que importa: el ser.

Olvidamos el ser, y olvidamos la ética. Olvidamos el ser y olvidamos la responsabilidad. Olvidamos el ser y le damos la pasada a cualquier brutalidad y/o aberración. Olvidamos el ser y terminamos actuando como lo que odiamos (y en algunos casos, nos transformamos en lo que odiamos).

Yo casi lo hice.

Pero mis queridos libros siempre han sido un salvavidas. Todo lo he aprendido de ellos. Y este, el del que estoy hablando, es especialmente salvador porque de forma accesible muestra que así son las cosas, pero que podemos enfrentarlas y superarlas.

Resulta que el malestar coincidió con un fuerte resfrío que me dejó knock out, pidiendo papel higénico cada 5 segundos y sitiéndome horrible (aunque nada de coincidencias. En realidad, sincronías). Y en medio de este sentirme como trapo mojado y sucio, todas mis crisis convergen. Y de pronto deseo locamente leer el libro de nuevo. Y comienzo a buscarlo. Y no lo encuentro. Y llamo a quienes pienso que lo tienen y descubro que no lo he prestado. Y me pongo a buscarlo en amazon, dispuesto a comprarlo de nuevo. Y me entero que no existen copias ahí, sino sólo un ensayo corto en formato html descargable para kindle (cuando el libro tiene 321 páginas).

Y se me ocurre mirar uno de los libreros donde tengo las novelas de ficción… y ahí estaba. Guardadito. Limpio. Esperándome. La señora que hace el aseo lo debe haber visto tirado por ahí y lo guardó sin complicarse la vida en el primer espacio libre que vió (ella no sabe -ni creo que le interese- de nuestro sistema de clasificación, ni por qué ciertos libros están en ciertos estantes y en determinadas bandejas). Y lo mas curioso es que lo tomé, lo puse en mi escritorio (desde donde me mira mientros escribo) y ahí quedó. No lo he releído. Simplemente con verlo recuerdo todo. Es como si hubiera colocado un faro en mi escritorio: una guía en la oscuridad y una alarma ante las rocas.

Releo todo y lo que pensaba sería una reseña de algunos puntos clave del libro se ha convertido en una catarsis que hace rato necesitaba…

Pero volviendo al libro y de lo que habla (una reseña corta en el link del principio del post, o aquí para los flojos), quisiera centrarme en algunos puntos que me llamaron la atención, especialmente ayer, que estuve viendo «Furia de Titanes»: resulta que en la película, Perseo recibe una espada que resplandece, a todas luces divina. Se le dice que es un regalo de los dioses y que la acepte… y él la desecha alegando que puede cumplir su misión (matar a Hades) como un hombre (o sea, sin ayuda divina). Y es esta escena la que gatilló esta post: el uso de las armas divinas.

Quintana de Uña (que es el autor de «El síndrome de epimeteo»), habla precisamente de esto. Según él, todos los mitos griegos son en realidad diferentes formas de decirnos lo mismo: el camino para la excelencia (que yo interpreto como el ser mejor persona, trascender a las fuerzas básicas y estar en contacto con el ser):

«El propósito del mito es mostrar al héroe la única forma de llegar a la excelencia y las miles de formas en que puede errar su camino» (página 151)

Y una cosa que se repite en estos mitos es que los héroes deben afrontar tareas muy dificiles y que reciben apoyo divino (armas, caballos alados, etc) que es crucial… y que fallan miserablemente cuando no usan ese apoyo. Es el caso de Teseo, que

«levantó la piedra bajo la cual se ocultaban las armas que su padre, el rey Egeo, le había legado: una espada, que representa la voluntad, y unas sandalias para proteger los pies, que representan el alma. Levantar la piedra, símbolo de la tierra y de las pasiones, significaba que Teseo contaba inicialmente con fuerzas suficientes para adentrarse en su mundo interior con las armas divinas que representan la ayuda de la clarividencia y de la conciencia. Para llegar a Atenas tuvo que vencer a varios bandidos con los que se encontró: Sinis, Procusto, Escirón y Perifetes, representantes de la mediocridad, de la brutalidad y de la trivialización. Perifetes utilizaba una maza de cuero para matar, y Teseo, una vez que venció a este último bandido se apoderó de su maza, abandonando la espada divina de Egeo, imprescindible para destruir a sus enemigos con una recta intención de ánimo. Dicel Paul Diel, que con la apropiación de la maza de Perifetes se produjo un cambio recóndito en el alma de Teseo. Con la maza de cuero, Teseo mataría al minotauro en el laberinto de Creta. Pero todas sus hazañas a partir de aquí, aunque aparentemente fueran exitosas, al ser realizadas con la maza simbolizan que fueron llevadas a cabo con intenciones torcidas, cuya motivación habría de buscarse en el egoísmo, el afán de dominio o la vanidad. Su preferencia por la histérica Fedra, abandonando a Ariadna y, ya rey de Atenas, su connivencia y amistad con el bandido Peritoo preludian su caída profunda en las simas del Tártaro (subconsciente), adonde bajó con Peritoo para apoderarse de Perséfone, la esposa de Hades. El ofendido Hades les invitó a pasar a su palacio y los hizo sentar en la Silla del Olvido. Allí sufrió tormento Teseo por cuatro años, hasta que fue rescatado por Heracles, para morir poco después a manos del rey Licomedes, que lo empujó desde la cima de un peñasco. La caída hasta lo más profundo de su subconsciente, el Tártaro, donde el hombre lo olvida todo, atado a la silla de piedra de sus propias pasiones hicieron inútil el rescate de Teseo por Heracles. Teseo fuera ya del Tártaro, pero con su alma corrompida y sumido en el más profundo olvido, no pudo evitar caer de nuevo a la tierra para no levantarse jamás, cuando fue empujado por Licomedes desde las alturas.» (pág.133-134) 

Volviendo a Perseo, acá tenemos a un héroe exitoso:

«(…) recibió la inestimable ayuda de Atenea para vencer a Medusa, su enemiga declarada. De Atenea recibió Perseo valiosos consejos, entre ellos el de no mirar a los ojos a Medusa, para evitar ser petrificado por su letal mirada, para lo cual le entregó, además, un escudo muy pulido con el cual protegerse. Hermes obsequió al héroe con una hoz muy resistente para cortar la cabeza de Medusa y una bolsa mágica para contenerla, junto a unas sandalias aladas y un casco que le volvía invisible y que pertenecía a Hades. Todas las armsa recibidas por Perseo de manos de los dioses indican el recto y consciente proceder del héroe para evitar que los engaños de la vanidad, exaltando sus deseos, torcieran sus propósitos, convirtiendo en inútil su trabajo.El hecho de que Atenea, diosa de la sabiduría, se involucrára directamente en la ventura de Perseo contra la vanidad, representada por Medusa, indica a las claras que la autojustificación vanidosa es la principal dificultad que el héroe encuentra para llegar a la sabiduría, sabiduría que comienza en la ignorancia genuina sinceramente aceptada, y ha de pasar siempre por el veraz conocimiento de sí mismo. Con el escudo pulido de Atenea, Perseo evitó la mirada petrificadora de Medusa y con la hoz de Hermes le cortó la cabeza, triunfando limpiamente en su empresa. Luego rescató a Andrómeda del monstruo marino enviado por Poseidón, al que había sido ofrendada y al que aniquiló utilizando la propia mirada de la principal de las Gorgonas, cuya cabeza conservaba en el bolso mágico entregado por Hermes. Uniéndose a Andrómeda, Perseo cerró el ciclo básico de su trabajo, evitando olvidarse de su alma, como hizo Teseo al abandonar a Ariadna en una isla.» (pág. 134)

Porque al final de lo que se trata es reconocer que el héroe es hijo de Zeus (o sea, reconocer la divinidad propia), luchar contra los monstruos (que son reflejos de lo interior, de lo básico y terrenal versus lo superior y divino) con rectitud e intención focalizados (con las armas divinas) para lograr salvar su alma (la damisela in distress) y mantenerse comunicado con su espíritu. Y lo más importante, es que el héroe es cada uno de nosotros.

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1 comentario

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