Apretado, sudando, con la vista perdida en el infinito y zarandeado por los frenazos y aceleradas han sido mis últimos viajes en micro. No es que antes fueran muy distintos, pero algo que me ha llamado la atención es que últimamente tiendo a quedar en blanco. O sea, me subo a la micro y es como si me desenchufara. Miro para afuera cómo cambia el paisaje y pienso en nada.
Raro para una persona que vive con las neuronas perpétuamente ocupadas.
Algo tiene de hipnótico viajar en micro. Suena contradictorio, tomando en cuenta que todos los estímulos hacen que estés preocupado de no salir volando o que no te caiga alguien encima, pero es así. A veces miro las caras de la gente y parece que estamos todos en un estado de introspección profunda o fuera de nosotros mismos. El efecto es el mismo: miradas perdidas, aceptación de cualquier cosa que pase (léase resignación), y evitar toda conección con los demás (ya es más que suficiente que invadan tu espacio vital, asi que ya que no se puede mantener las distancias, se levanta la barrera mental). Y eso es más patente en las mañanas y a la hora de salida del trabajo.
Normalmente leo o escucho música, pero cuando está tan repleto no puedo sacar el libro o no me dan ganas de ponerme los audífonos y andar cambiando de emisora o regulando el volumen. Entonces me dejo llevar. Lo más raro es que no sé si es agradable o no. Me anulo por unos instantes, hasta que llega el momento de bajar. Y ahí es cuando recién me reactivo y comienzo a funcionar de nuevo.
Raro.
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