El 5 de abril escribí sobre la paradoja del yo contínuo. Si estamos permanentemente cambiando, desde el nivel de nuestros átomos en adelante, y si asumimos como cierto lo que dice Gurdjieff sobre la multiplicidad de yoes que nos habitan, ¿Cómo es que tenemos la sensación de continuidad de la personalidad?

Bueno, ha llegado a mis manos un librito bastante interesante: Gnosis, de Mouravieff. Y leyéndolo he encontrado una teoría que explica esta paradoja:

Al hablar de sí mismo, el hombre dice: Yo. Es quizás el término más enigmático y menos definido del lenguaje humano. En efecto, al hablar de su cuerpo, el hombre lo trata en tercera persona, lo cual es correcto. Ahora bien, al hablar de su Alma, la trata también en tercera persona. Afirma así que él no es ni su cuerpo ni su Alma. Aunque parezca a primera vista paradójico, esta es la regla para la inmensa mayoría de los seres humanos. Pero si el hombre no es ni el cuerpo ni el Alma, ¿qué es, entonces, el hombre? ¿Qué es ese Yo que siente en él y al cual se esfuerza por comunicarle aunque más no sea una apariencia de continuidad lógica?
(…)
Ese Yo no sólo no es ni constante ni permanente sino que, además, es múltiple, dado que cada uno de los tres hombres que coexisten en el hombre y de los cuales hemos hablado antes [nota mía: se refiere a las partes intelectual, emocional e instintivo-motora], es igualmente un sujeto compuesto. De modo que nuestro Yo es en realidad un conjunto formado por una multitud de pequeños yoes, relativamente autónomos, cada uno con su tendencia a actuar a su manera. (…) Ahora se puede dar una respuesta precisa a la pregunta: ¿qué es el hombre? Es la Personalidad. En otras palabras, es Mr. X, identificado con ese organismo psíquico que vive en él, que no ofrece nada -o muy poco- de estable; que cambia según las impresiones recibidas -agradables o desagradables- e incluso librado al azar de los choques físicos.
(…)
Se plantea ahora la cuestión de saber qué es en sí misma la Personalidad. Es claro que se la siente en uno. Se notan sus actitudes, sus deseos, sus actos; pero uno no se la puede representar.

En efecto, cuando uno piensa en sí mismo evoca una cierta imagen; la del cuerpo vestido y de un rostro con expresión digna, atractiva. Esta imagen es sólo un reflejo de la Personalidad. Si se la quiere descubrir habrá que ir más profundo. Sólo la introspección hace visible su verdadero rostro. La introspección nos permite constatar que existe en nosotros una especie de pequeña «nebulosa»,imponderable o casi, dotada de la capacidad de sentir, pensar, experimentar sentimientos, actuar. Una atención sostenida nos hará notar con sorpresa que esta «nebulosa» se mueve: a veces está localizada en el cerebro, a veces desciende al corazón, al plexo solar, etc. Después de impresiones violentas -un gran terror, por ejemplo, puede descender a lo largo del cuerpo, hasta los pies. Todo sucede entonces como si ella hubiera abandonado la dirección general del cuerpo -dirección que detenta cuando se sitúa en el cerebre para actuar sólo por los reflejos más elementales. Pasada la emoción, la «nebulosa» vuelve a subir a lo alto de la cabeza, donde permanece la mayor parte del tiempo. Se dice entonces que la persona ha vuelto a ser ella misma.

Mucho más preocupado por el problema de parecer que por el de ser, disuelto en las circunstancias, siempre ausente de sí mismo -o bien cayendo en sus horas de descanso en una suficiencia somnolienta- el hombre contemporáneo ya no siente en él la pulsación de la vida interior. Necesita hacer esfuerzos, ejercicios y practicar la observación interior para alcanzar estos primeros descubrimientos.
(…)
Dado que el Yo de la Personalidad está formado por un número considerable de pequeños Yoes dispuestos en diferentes grupos que, a su vez, rigen nuestras actitudes y nuestras acciones ¿cómo conciliar este estado caótico con la continuidad, aunque más no sea aparente, de nuestra vida psíquica? Tres son los elementos que fundamentan esta apariencia de continuidad:

  1. El nombre;
  2. La experiencia fijada por la memoria;
  3. La facultad de mentirse y de mentir a los demás.

El nombre que llevamos corresponde al Yo de la Personalidad (…).Desde la adolescencia, el nombre corresponde también a la representación que el hombre se hace de sí mismo en el estado de vigilia más, a menudo, el agregado de una imagen ideal de sí, imagen de lo que aspira a ser o devenir.

Por eso se aferra a su nombre como a una tabla de salvación. En efecto, todo lo que existe tiene un nombre, sin nombre no podemos imaginar ninguna existencia psíquica o física, real o fáctica.

En el caso del hombre, su nombre y apellido cubren el conjunto de lo que puede definirse como su universo propio, tanto en sus elementos concretos como en los imaginarios, a menudo considerados por él como reales.

La memoria es función directa del ser del individuo. Cuanto más alto es el nivel de ser tanto más fuerte es la memoria y tanto mayor su capacidad de contener. La pérdida de la memoria trae como consecuencia la pérdida de la noción del nombre y de todo el conjunto a que se refiere, y hace del hombre normal un loco: la cuestión de la continuidad ya no se plantea.

La facultad de mentir es el tercer elemento constitutivo de nuestra vida fáctica que ayuda sustancialmente a ésta a proporcionar esa apariencia de continuidad.

Podemos comprender sin dificultad el rol que desempeña la facultad de mentir si tratamos de representarnos lo que sería nuestra existencia en caso de que esta posibilidad nos fuera negada. Los choques y confltctos que deberíamos enfrentar nos harían la vida imposible. En este aspecto las mentiras sirven de topes, como los topes de los vagones de ferrocarril sirven para amortiguar los choques. Es así como la facultad de mentir hace menos contradictoria nuestra vida y contribuye eficazmente a darnos la impresión de continuidad. Una vez más nos encontramos ante el hecho de que nos atribuimos facultades que sólo poseemos como posibilidades a desarrollar. Tenemos la pretensión de ser veraces. Pero decir la verdad y vivir en la verdad es una posibilidad que sólo podrá ser real mucho más tarde, como consecuencia de un trabajo asiduo sobre nosotros mismos. Entretanto estamos condenados a mentir y el que lo niega está atestiguando la dificultad en que nos encontramos para mirar la verdad de frente.

Nombre, memoria y mentir. La trinidad que nos hace ser «contínuos». Para reflexionar.


Update: La brujis me llamó la atención sobre algo que no me había fijado: los tres hombres que convive dentro del hombre, como dice Mouravieff, parece que están relacionados con nuestros tres cerebros.