Estoy leyendo un librito llamado «Historia de la conciencia«, de Morris Berman. En realidad el nombre original es «Wandering God: a Study in Nomadic Spirituality», pero no es el punto de esta entrada.

Berman plantea que existe una diferencia sustancial entre la conciencia nómada y la sedentaria. Su tesis es que existe una forma distinta de percibir y vivir la espiritualidad, y por extensión, las relaciones interpersonales. Incluso, que la religión y todo el aparato político verticalista viene de esta distinción.

Según las primeras páginas que llevo del libro, la conciencia nómada se caracteriza por estar inmersa en el mundo, en un estado de permanente alerta y atención (como los animales). Esto se traduce en que no existe una diferenciación entre el yo y el otro en el sentido que nosotros entendemos. A esto le llama «paradoja», y las relaciones son horizontales.

En el caso de las culturas sedentarias se da otra dinámica: se comienza a separar el yo del otro, sembrando la semilla de las relaciones verticales, dejando la divinidad fuera del sí mismo y atribuyéndola a otros seres/objetos/ideas/espíritus. A esto lo llama «complejo de autoridad sagrada».

Ahora bien, Berman hace el intento de buscar una respuesta a cuál fue la razón por la cual se pasó de un estado de conciencia al otro (con todo lo que ello implica). Y por fin llego al punto que me interesa comentar: las relaciones políticas que se dan según se vive en la paradoja o en el complejo de autoridad sagrada.

Normalmente cuando se estudian a las sociedades nómadas se les atribuye una calidad de «retrasados» o «primitivos». Esto es así sobre todo cuando se mira el campo de la organización política. Berman, citando a otro autor que en este momento no recuerdo, plantea que esto es cláramente etnocentrista y prejuiciado, pues el parámentro usado para decir que están «atrasados» es que su organización no es como la nuestra ni tiene tal grado de complejidad. Esto se manifiesta, sobre todo, en la ausencia de un ente como el Estado y que no se utiliza la cohersión (es decir, la fuerza) para imponer los puntos de vista del «jefe».

De memoria, sin repetir ni equivocarme, recuerdo que las características que los jefes de las tribus nómades comparten, son 3:

  1. El jefe es el conciliador de la tribu. No ejerce la fuerza, sino que hace de mediador.
  2. Su prestigio es directamente proporcional a lo dispuesto que esté a dar de sus bienes a los demás.
  3. El jefe tiene buena oratoria.

Ahora bien, aún cuando la característica es que no hay cohersión, en tiempos de guerra o de amenaza externa un nuevo jefe asume con amplios poderes durante el tiempo de crisis (eso me recuerda a los toquis, de los mapuches, lo que calza con el sistema descrito).

Esto trae varias consecuencias interesantes:

  1. Que la ambición personal y el poder político son incompatibles.
  2. Que la adopción de un modelo vertical de ejercicio del poder es algo definido por el estado de guerra o en preparación para ella. Extrapolando, dice bastante de nuestra sociedad, organizada hacia el conflicto permanente.

Esto habla de un modelo totalmente distinto, en donde el poder no se ve, no es manifiesto, pero existe porque el grupo social lo sostiene. Interesante ¿eh?

La pregunta sería ¿habría que volver a ese sistema? No lo creo. No estoy diciendo que el modelo nómade era mejor, pues también se llega a la conclusión que lo nómade, para funcionar, no puede sobrepasar el mágico número de 500 individuos. De hecho, la unidad básica (por ejemplo, la familia) no debería sobrepasar los 12 a 24 sujetos, pues de inmediato comenzaban los problemas de convivencia. Y si bien los nómades tenían el recurso de agarrar sus cacharros y partir a otro lugar, el aumento de la densidad poblacional hace que ello, hoy en día, sea imposible.

Como lo comentaba con un compañero de trabajo, estamos inmersos en un sistema-mundo que ha moldeado nuestras visiones hacia el complejo de autoridad sagrada, pero siempre es bueno tratar de tomar conciencia que las cosas son como son por un proceso histórico y no porque sea la única forma de organización. De hecho, el modelo nómade calza bastante con ciertas metodologías de trabajo en equipo para grandes corporaciones…

Lo importante es abrir la mollera y darse cuenta que no todo está oleado y sacramentado. Quién sabe, quizás el sistema social sí pueda cambiar.