Es el último día del año, y es hora de hacer algunas reflexiones. Unas que tengo pendientes hace rato, pero que la vorágine del día a día me ha impedido escribir. Lo primero y más importante: Ha sido un año con el porotito más hermoso de la existencia: mi hijo Matías. Nació en enero y el año sido acompañarlo en su crecimiento, observando cómo su personalidad apareció casi de inmediato y se ha desarrollado en un chico risueño, sociable y curioso.