¿La publicidad ganó el plebiscito del 88? Veinticuatro años después de los hechos, por fin se hizo una película sobre el tema, pero curiosamente no enfocada al proceso mismo, sino a la forma como se gestó y ejecutó la campaña de la opción «NO».

A mi me gustó. Lo suficiente como para ir a verla dos veces (una con mi pareja, la otra con mis padres). Y me emociona en los mismos lugares, me sorprende de la misma forma, aun cuando conozco la historia (la real y la ficcionada).

Este post no es para hacer una crítica sobre la película, que la encuentro muy buena, aun cuando tenga algunas cosas que le quitan protagonismo al tema (el rollo de pareja del protagonista principal), algunas cosas gratuitas o que les falta mas desarrollo (que diablos pinta la Zegers), o como señaló mi amigo Leo Navarro, anacronismos serios para los entendidos (la teleserie).

Es una película potente, que no es panfletaria, puesto que las imagenes de ambas franjas hablan por sí solas. Además tiene cosas muy logradas: la ambientación, la atmósfera de miedo, la alegría genuina, y actuaciones más que decentes. Emociona incluso a gente que no tenía edad para recordar esa época, y eso le da muchos puntos.

Pero me desvío. Lo que quería comentar está en relación a lo que la película provoca: conversación y reflexión. Me imagino que sería algo equivalente a preguntarle a un gringo dónde estaba cuando mataron a Kennedy o cuando botaron las torre gemelas, con la diferencia que este fue un proceso que culminó (para muchos) con una gran alegría y esperanza.

Vuelvo a la pregunta que inicia el post: ¿la publicidad ganó el plebiscito? Si le creemos a la película pie juntillas, sí. Y algo de eso hay. Pero fue mucho, mucho mas. En realidad el gran tema fue el miedo: vencerlo, dar confianza, alentar a la gente a que se manifestara y luchara en contra de la opresión. Pero no todo se explica por la franja, aun cuando fue crucial porque mostró publicamente a gente que decía que no, que rechazaba al dictador y al régimen. El trabajo de hormiga, población en población, persona a persona, fue algo tanto o mas importante.

Lo que se logró para que ganara el NO fue la movilización de la población. Que la gente se sitiera partícipe y responsable de construir un Chile mejor. Y ahí es precisamente donde se cometió el pecado original de la concertación: prometer participación, prometer igualdad de oportunidades, prometer que el nuevo Chile se construiría con todos, y luego seguir una política elitista y de desmovilización social para que nadie hiciera olitas y poder realizar la justicia «en la medida de lo posible».

No es que los culpe absolutamente. La nueva democracia era frágil. Algunos desmemoriados covenientemente olvidan que los milicos seguían poseyendo el poder de las armas. Que el consejo de seguridad nacional tenía poderes muy grandes. Que existían los senadores designados que impedían tener el quorum para hacer reformas. Que Pinochet seguía en la comandancia del ejército y que los comandantes en jefe eran inamovibles. Pero como bien dijo un connotado político concertacionista, «no tuvimos las pelotas para hacer los cambios».

Aun así, la sensación de hoy es de traición. Traición, porque lo prometido en el 88 para sacar a la dictadura, no llegó. No me malinterpreten: creo que el país es muy distinto, y que el sólo hecho de que no te torturen, no te persigan ni te maten por pensar distinto, es algo importantísimo, mucho mas de lo que hoy en día se valora. La cuestión es que lo prometido no se cumplió. Y no sólo eso, sino que se trabajó activamente para que las cosas no cambiaran radicalmente.

«NO» llama a la reflexión precisamente sobre el qué pasó, por qué sucedió, dónde estuvimos y dónde estamos hoy. Una ficción que puede pasar por documental, pero suficientemente real como para que toque una fibra y gatille una nueva mirada sobre nuestro país.


P.D.:  Bueno, mi padre lo resumió mejor que nadie: el motivo fue que lo prometido era publicidad, y no algo que la dirigencia abrazara como causa propia. Chan Chan!