En abril del 2015 me embarqué en un proyecto que venía pateando hace años. Creo que desde el 2006. El catalizador fue mi amigo Leo, que vino de visita a fines de marzo del año pasado desde Punta Arenas. Estabamos tomando once en la tranquilidad en el patio de mi casa, cuando comenzamos a hablar de nuestros proyectos. Él publicó su primer libro Yahón (Crónicas yahonianas n º 1) en epub (y el cual está en proceso de ser impreso en versión papel), y me comentó una interesante idea bastante desarrollada para unos guiones de TV.

Con Leo somos muy parecidos. Nacimos el mismo día, pero con 1.973,87 km de distancia (en línea recta). Él es mayor que yo por 15 minutos, creo. Ambos estudiamos periodismo en Santiago, trabajamos juntos en el diario La Nación en su versión online y tenemos muchos intereses comunes. Uno de ellos es la ciencia ficción… y otro, la escritura.

Le conté mi drama: tenía la idea de una novela que me urgía escribir (por su temática), pero que llevaba años sin pasar de la primera página. Lo que quería contar lo tenía muy claro. Pero cómo hacerlo, era el meollo de mi problema. Así llevaba montones de falsas partidas, que innevitablemente iban a parar al tarro de la basura. En mi computador seguía existiendo esa carpeta «Novela», pero vacía.

Le hice un resumen de la idea fuerza que sería el leit motiv de todo, y luego me puse en modo «odio-no-tener-tiempo-la-vida-no-me-deja-hacer-lo-que-quiero». Sabiamente, Leo no le dio bola a mis quejas, y se centró en el problema inmediato: por qué no podía escribir ni siquiera el inicio.

Uno siempre busca justificaciones. Argumenté que mi principal lío era la falta de tiempo que me impedía dedicarme a escribir. Pero no nos podemos leer la suerte entre gitanos. Con una mirada desbarató mi argumentación y cortamos al meollo del asunto: el inicio de la novela no tenía sentido porque ponía al personaje principal en una posición en la cual no quería que estuviera (básicamente, lo metía en una situación en la cual -a mis ojos- ya no podía redimirse a futuro).

Era como si lo matara antes de comenzar.

Entonces Leo recurrió a nuestro querido y buen amigo: el cine. » ¿Recuerdas a Hitchcock? Usa la bomba de tiempo», dijo muy tranquilo.

«La diferencia entre el suspenso y la sorpresa es muy simple €¦ Nosotros estamos hablando, acaso hay una bomba debajo de esta mesa y nuestra conversación es muy anodina, no sucede nada especial y de repente: bum, explosión. El público queda sorprendido €¦ Examinemos ahora el suspenso. La bomba está debajo de la mesa y el público lo sabe €¦ La misma conversación anodina se vuelve de repente muy interesante porque el público participa de la escena. Tiene ganas de decir a los personajes que están en la pantalla: €œNo deberías contar cosas tan banales; hay una bomba debajo de la mesa y pronto va a estallar €. En el primer caso, se ha ofrecido al público quince segundos de sorpresa en el momento de la explosión. En el segundo caso, le hemos ofrecido quince minutos de suspenso.»

Alfred Hitchcock

«Ya», dije yo. » ¿Y cómo meto la bomba en la trama?» (A veces puedo ser muy obtuso).

Leo, con paciencia, volvió a darme otra idea: «Puedes hacer que el protagonista deba IMPEDIR que ocurra algo.»

Y todo hizo click.

De pronto se me despejó el camino. Seguimos conversando sobre el derrotero que debería llevar, pero me picaban los dedos por comenzar a escribir. Cuento corto: Ya bastante tarde fui a dejar a Leo a la estación de metro mas cercana, y al volver a casa me puse a escribir un resumen de la historia.

Parí 4 páginas.

Y estaba la historia completa. Sólo necesitaba rellenar los espacios.

Iluso.

Pues bien, once meses después ya tengo a mi monstruito escrito. Es el primer borrador y ahora he entrado al proceso de revisión y edición. Queda un buen trecho aún, pero ya no me desanima. Ha sido duro, mucho mas de lo que esperaba (yo escribía cuentos, y la técnica es bastante distinta), y en el camino he aprendido mucho. Por eso escribo este primer post, como introducción a la serie de artículos donde documentaré el proceso de mi primera novela, compartiré claves y descubrimientos en el camino de la publicación.

Bienvenidos.