Sin saberlo, al realizar mi documento de resumen de la trama, estaba realizando una planificación al estilo SINOPSIS mezclada con EL MÃTODO DE LA PIRÃMIDE DE FREYTAG, como lo describe Gabriella Campbell en su blog GabriellaLiteraria (dicho sea de paso, el descubrimiento de su blog abrió un mundo ante mis ojos).
¿Por qué esta mezcla? Pues porque escribí una versión ultraconcentrada que contenía todo lo que iba a tener la novela final. Incluyendo los giros, vueltas de tuerca y el final. O sea, básicamente, vomité la gran idea que tenía y la volqué de forma de sacármela del sistema.
Ahora bien, en este punto debo confesar que no tenía idea de cómo escribir una novela. He leído muchas, y también tengo el background de escribir notas periodísticas y reportajes, además de uno que otro cuento. Pero la estructura de la novela me tenía totalmente perdido. Se me escapaba. Incluso no tenía idea de cuál debía ser su longitud para que se considerara válida.
Asi que me puse a investigar.
Lo primero que encontré fue este artículo de Dan Guajars, seudónimo de Daniel Guajardo. En él me quedó claro que el conteo de palabras era la convención para trabajar, por lo que me puse una meta mínima: 40.000 palabras. No podía detenerme si no alcanzaba ese piso. Otra disgreción: Daniel estudió en la UNAB (cosa que yo también hice), periodismo (lo mismo que estudié), y fue ayudante del «chino» Castro (fui su ayudante en dos ramos). La diferencia es que salí unos cuantos años antes (y no diré cuántos).
Mi primer problema fue la meta. Verán, cuando estaba en la universidad descubrí que menos es más. Entonces, mis escritos en general eran muy comprimidos. Luego, cuando hice mi práctica profesional, me vi en la obligación de llenar una plana completa (una hoja de diario), pero el tema apenas me alcanzaba para 300 palabras. Recuerdo que me devané los sesos y la estiré a 600. Luego la escribí de nuevo y subí a 800. Finalmente, cuando se me acababa el tiempo, metí mas descripciones y quedé en 1200 palabras. Al final tuvieron que poner una foto a toda página y mi texto ocupó un cuarto de ella.
Después de tres meses era capaz de llenar dos planas completas sin fotos, pero para ello necesitaba muchos hechos y datos. Lo que quiere decir que para escribir, me debía basar en cosas reales. Y eso significaba un buen reporteo.
Cosa que no funciona de esa forma en una obra de ficción.
Otro antecedente de mi problema con los textos largos es que siempre me atrajeron mas los cuentos. Por lo menos para escribirlos. Empecé en el colegio y continué en la universidad. Con el paso de los años dejé de escribir, pero los inventaba constantemente en mis actividades con niños. Entonces, comencé a manejar mas técnicas de cuenta cuentos que de escritor.
Y sumemos que en los últimos 3 o 4 años no he escrito ni inventado nada que no vaya mas allá de un pequeño análisis o alguna cosa interesante para facebook. O sea, nunca más allá de 250 palabras (pueden verlo en este mismo blog).
Así, 40 mil palabras era el equivalente, para mi, a derrotar a Goliat.
Y era peor cuando leía a Stephen King, recomendando recortar tus textos en un 10%. » ¿Qué?», decía yo con horror. «Si apenas alcanzo la meta… ¡si recorto no calificará como novela!». Ahí también vi gente que se solazaba con que sus novelas tenían por lo menos 100 mil palabras… y me bajaba la desesperación porque por más que luchaba, no podía pasar de las 200 palabras diarias.
Como conté en el post anterior, el primero que supo del proyecto fue mi amigo Leo. Ãl sabía el inicio, lo que pasaría en el medio y la conclusión final (además del subtexto). Entonces me pareció la opción lógica a quien mostrarle mis tres primeros capítulos.
Y se los envié.
Me mordía las uñas de nerviosismo, pero también estaba contento con el resultado. Tenía garra, era vibrante y trepidante de acción. O eso pensaba yo.
Y a los dos días me respondió.
«Vas a necesitar mucha reescritura».
El alma se me fue al piso.
Resulta que el principal problema era que las cosas pasaban demasiado rápido. «Dale espacio a tus personajes para que respiren», me dijo.
Y tenía toda la razón del mundo. En mi obsesión por cumplir la cuota, y con la premisa de «menos es más», pensaba que debían «pasar cosas», pero en el sentido equivocado de la frase.
Me explico: en una novela claro que deben «pasar cosas». Pero eso no es sólo acción, tiroteos y damiselas en peligro. Es también el mundo interior de los personajes, su evolución, cómo interactúan con los demás, además de con el ambiente y las circunstancias. Esto lo vine a entender mucho después (meses después), cuando comencé a leer los primeros libros sobre cómo escribir novelas.
Por eso ahora, que estoy en pleno proceso de revisión, puedo darme cuenta precisamente cuándo comencé a leer esos libros, pues la forma de escribir varía y se hace mas interesante y densa. La trama se enriquece y el suspenso aumenta (pero eso lo dejaremos para otro post).
Ahora bien, sí debo decir que hice algunas cosas bien.
Una de ellas es el suspenso.
En todas parte se habla de la importancia de los primeros párrafos y del primer capítulo. Es donde se decide si tu lector continúa leyendo o tira el libro a la basura. Y para eso tienes que agarrarlo por el cuello y no soltarlo mas. Y cuando digo que no debes soltarlo, es literal. Mi objetivo siempre fue ese, y por el resultado que he tenido con mis lectores beta, debo decir que ha sido cumplido con creces.
Otra cosa bien hecha es tratar de mantener el relato minimalista en términos de descripciones y palabrería ampulosa. Al entender que la acción ocurre en un tiroteo, en una conversación e incluso en una reflexión, se logra que el escrito no tenga «bajones». Porque lo que quieres es que las personas no puedan dejar de leerte, y eso se consigue al no darles respiro porque siempre sucede algo que afecta a los personajes de una u otra forma (y siempre y cuando los personajes les importen… porque si no es así, estás perdido). Entonces, esta estructura minimalista evita tener que podar basura y me da una buena armazón sobre la cual puedo montar tensión y suspenso.
La palabrería, las descripciones eternas y las acciones que no llevan a ninguna parte, sólo funcionan si eres George R.R. Martin y estás escribiendo los últimos dos libros de «Juego de Tronos».
Otro acierto fue la estructura. Cuando planifiqué el libro utilicé un programa que se llama yWriter (que es increíble… ya le dedicaré una entrada). Una de las gracias de este programa es que puedes crear el mapa de tu libro, por lo que tomé mi sinopsis y la partí en pedacitos. Luego tomé cada trozo y lo convertí en capítulo (puedes colocar el resumen del capítulo y dejarlo en barbecho). Por último, moví los capítulos, alterando su orden para que en el esquema general tuvieran mas impacto en términos de suspenso. Y fue tan efectivo que no cambió en todo este tiempo (y no necesita hacerlo).
Finalmente el poner una meta también jugó a mi favor. Demoré casi un año, pero ver esas 40 mil palabras como el monstruo a vencer y darme cuenta que era demasiado débil para cortarle la cabezas, me dio el combustible necesario para tratar de mejorar. Leí montones de libros sobre el arte de narrar novelas, y cada uno fue dejando su huella y contribuyó con nuevas herramientas para mi caja de escritor.
Hoy, como he dicho, estoy en pleno proceso de revisión, y sigo aprendiendo. Y de la experiencia puedo decir que los blogs y libros tienen razón, en parte: tu primer borrador es eso: un borrador. No pretendas que sea perfecto ni que al terminarlo estés listo para publicar. Es en la corrección y reescritura donde comienzas a brillar.
Pero no estoy de acuerdo con que lo primero que escribas sea mierda. No. Es mas bien una joya en bruto que necesitas cortar y pulir. Y si te esfuerzas al principio, puedes ahorrarte dolores de cabeza después. En mi caso, debo decir que editar y corregir es entretenido, sobre todo porque no cometí grandes errores, las líneas argumentales convergen (tuve que darle el remate a una, pero eso es menor) y la estructura aguanta y es coherente. Entonces, ahora es cuestión de meterle nervio y riqueza al texto.
Y eso siempre es entretenido.
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