Los campos de amapola afganos no son solo un símbolo del narcotráfico moderno. Son el resultado de décadas de intervención extranjera, guerras proxy y estrategias fallidas. Esta es la historia de cómo la CIA, los talibanes y la geopolítica convirtieron a Afganistán en el epicentro global del opio.
Los años 80: La CIA, los muyahidines y el nacimiento de un narco-Estado
En plena Guerra Fría, Afganistán se convirtió en el tablero donde Estados Unidos y la URSS libraron una guerra indirecta. La CIA, bajo la operación Cyclone, financió y armó a los grupos muyahidines para expulsar a los soviéticos. Pero el dinero no llegaba solo en dólares. Los muyahidines, necesitados de fondos para combatir, encontraron en el cultivo de amapola una solución. Con apoyo tácito de la inteligencia estadounidense y paquistaní, incentivaron a los agricultores afganos a sembrar amapola. El opio era fácil de transportar, difícil de rastrear y se vendía en mercados internacionales a precios exorbitantes.
Un informe de la ONU reveló que, para 1986, Afganistán ya producía el 40% del opio mundial. Los campos florecían en provincias como Helmand y Kandahar, mientras camiones con logotipos de la CIA cruzaban la frontera con Pakistán cargados de armas y semillas de amapola. Un comandante muyahidín admitió en una entrevista: «El opio pagaba nuestras armas, nuestra comida y nuestra lucha sagrada». La droga no solo financió la guerra, sino que sentó las bases de una economía paralela que sobreviviría a la retirada soviética.
Los talibanes en los 90: Prohibición, hipocresía y control territorial
Cuando los talibanes tomaron el poder en 1996, Afganistán era un país fracturado y adicto al opio. Inicialmente, el régimen toleró el cultivo de amapola. Los impuestos sobre la producción —un 10% para los agricultores y un 20% para los traficantes— se convirtieron en su principal fuente de ingresos. Sin embargo, en el año 2000, bajo presión internacional y buscando legitimidad, los talibanes anunciaron una prohibición total.
La campaña fue brutal. Equipos armados recorrieron los campos, destruyendo cosechas y amenazando a los agricultores con castigos severos. En dos años, la producción de opio se redujo en un 95%, según datos de la ONU. Pero la prohibición no duró. Tras la invasión estadounidense en 2001, los talibanes, ahora insurgentes, revirtieron su política. El opio volvió a ser su arma: controlaban el 90% de los campos, gravaban su producción y usaban los ingresos —estimados en $400 millones anuales— para financiar ataques contra las fuerzas de la OTAN.
La ocupación de EEUU (2001-2021): Erradicación fallida y auge narco
Estados Unidos gastó $9.000 millones en dos décadas para erradicar el opio afgano. Sus métodos incluyeron bombardeos a laboratorios, fumigación con herbicidas tóxicos y subsidios para cultivos alternativos como el trigo o el azafrán. Pero el resultado fue un fracaso rotundo. Para 2021, Afganistán producía el 80% del opio mundial, con 233.000 hectáreas cultivadas.
La razón fue simple: las fuerzas estadounidenses y el gobierno afgano aliado atacaban solo los campos en zonas bajo su control, ignorando las áreas dominadas por los talibanes. Esto desplazó la producción a regiones insurgentes, consolidando su poder económico. Un agricultor de Nangarhar explicó: «Plantar trigo no daba ni para comer. El opio pagaba escuelas, médicos y sobornos a los policías». Mientras tanto, bancos en Kabul lavaban dinero del narcotráfico, y funcionarios corruptos hacían la vista gorda.
2021: Los talibanes regresan y prohíben el opio (¿esta vez en serio?)
Tras retomar el poder en agosto de 2021, los talibanes sorprendieron al mundo con un decreto en abril de 2022 que prohibía toda producción de amapola. Usando métodos similares a los de los años 90 —destrucción de campos, amenazas a agricultores— redujeron el cultivo en un 95% para 2023. En Helmand, epicentro del opio, las hectáreas cultivadas cayeron de 129.000 a menos de 1.000.
Las consecuencias fueron catastróficas. Sin alternativas económicas, miles de familias cayeron en la pobreza extrema. «Antes ganaba 6.800 por hectárea con amapola. Ahora, con trigo, solo 770. Mis hijos pasan hambre», declaró un agricultor en Kandahar. La prohibición también impulsó un giro hacia drogas sintéticas: la metanfetamina afgana, producida con efedra silvestre, comenzó a inundar mercados de Asia y Europa.
El ciclo del opio afgano refleja un patrón de intervenciones extranjeras cortoplacistas y soluciones locales basadas en pragmatismo (o supervivencia). Lo que la CIA ayudó a crear en los 80, los talibanes intentaron erradicar décadas después, no por moral, sino por interés político. Hoy, Afganistán enfrenta una encrucijada: sin opio, pero con una economía en ruinas y una población al borde de la hambruna. Como advirtió un informe de la ONU: «Si no hay ayuda internacional, volverán a cultivar amapola. Es cuestión de tiempo».
Fuentes
«Opium Production in Afghanistan: A Historical Perspective» – United Nations Office on Drugs and Crime (UNODC).
Enlace: https://www.unodc.org/afghanistan
«The CIA’s Role in the Afghan Drug Trade» – The National Security Archive.
Enlace: https://nsarchive.gwu.edu