Es 1891, en el puerto de Valparaíso. El aire huele a sal y a carbón, las tabernas rebosan de marineros y estibadores, y el eco de la reciente Guerra Civil chilena aún resuena en las calles empedradas. En una de esas cantinas, la «True Blue», un grupo de marineros estadounidenses del USS Baltimore busca relajarse tras meses en alta mar. Pero lo que comienza como una noche de copas termina en un incidente que pone a Chile y Estados Unidos al borde de la guerra. Esta es la historia del «Caso Baltimore», un episodio tan absurdo como fascinante que demuestra cómo un malentendido puede escalar hasta las más altas esferas del poder.
Una chispa en la taberna
El 16 de octubre de 1891, los marineros del USS Baltimore, un moderno crucero de la armada estadounidense anclado en Valparaíso, reciben permiso para bajar a tierra. Chile aún se lamía las heridas de la Guerra Civil que enfrentó al presidente José Manuel Balmaceda contra las fuerzas congresistas, y el puerto es un hervidero de tensiones. Los estadounidenses, ajenos al ambiente, se dirigen al barrio del Almendral y entran a la taberna «True Blue». Allí, entre risas y jarras de licor, un gringo hace lo impensable: escupe sobre un retrato de Arturo Prat, el héroe naval chileno caído en Iquique. Para los locales, eso es más que un insulto; es una afrenta a la patria.
La respuesta no se hace esperar. Puños, botellas y gritos llenan el lugar. La pelea se extiende a la calle, donde marineros y valientes porteños se trenzan en una batalla caótica. Cuando la policía finalmente interviene, el saldo es devastador: dos marineros estadounidenses, Charles Riggin y John Turnbull, yacen muertos; otros 17 están heridos, y decenas de personas —chilenas y extranjeras— terminan tras las rejas. Lo que parecía una simple riña de borrachos pronto se transforma en algo mucho mayor.
De la cantina a la Casa Blanca
El capitán del USS Baltimore, Winfield Scott Schley, reporta el incidente a Washington como un ataque deliberado contra sus hombres. En Estados Unidos, la prensa sensacionalista —la famosa «prensa amarillista»— inflama la opinión pública con titulares que hablan de «ultraje» y «deshonra». El presidente Benjamin Harrison, un republicano de carácter firme, ve en el caso una oportunidad: no solo para exigir justicia, sino para proyectar el poderío de una nación que empieza a flexionar sus músculos en el hemisferio.
Chile, mientras tanto, está en una posición delicada. Jorge Montt, recién asumido como presidente tras la victoria congresista, lidia con un país fracturado y una economía tambaleante. La investigación chilena, liderada por el juez Manuel Foster Recabarren, concluye que no hubo conspiración: fue solo una pelea espontánea entre marineros ebrios y ciudadanos exaltados. Pero esta explicación no basta para Harrison, quien en diciembre de 1891 pronuncia un discurso incendiario ante el Congreso. Califica la respuesta chilena como «insultante» y ordena preparar la flota del Pacífico. La guerra parece inminente.
Tensiones y juegos de poder
¿Por qué tanto alboroto por una riña de taberna? El trasfondo era más complejo. Estados Unidos, en plena expansión imperialista, veía a Chile como un punto estratégico en el Pacífico Sur, además de un aliado económico de Gran Bretaña, su rival de siempre. Durante la Guerra Civil chilena, Washington había apoyado tácitamente a Balmaceda, lo que generó recelo entre los vencedores congresistas. El incidente del Baltimore fue la excusa perfecta para presionar a Chile y enviar un mensaje a América Latina: el Tío Sam no toleraría desaires.
En Santiago, el gobierno de Montt se debatía entre el orgullo nacional y la realidad. El canciller Manuel Antonio Matta adoptó un tono desafiante, negándose a ceder ante las demandas estadounidenses. Pero la amenaza de una intervención militar —con barcos de guerra listos para zarpar desde San Francisco— obligó a un cambio de estrategia. En enero de 1892, Matta fue reemplazado por Luis Pereira, un diplomático más conciliador. Chile ofreció disculpas formales y una indemnización de 75,000 dólares (unos 2 millones en dinero actual) a las familias de los fallecidos. Harrison, satisfecho, dio por cerrado el asunto.
Lecciones de una noche turbulenta
El «Caso Baltimore» quedó en la historia como un ejemplo de cómo un incidente menor puede escalar por orgullo, malentendidos y ambiciones geopolíticas. Para Chile, fue una lección de pragmatismo: enfrentarse a una potencia emergente no era viable en ese momento. Para Estados Unidos, marcó un precedente en su política de «cañoneras», mostrando su disposición a usar la fuerza para defender su honor.
Hoy, en las calles de Valparaíso, poco queda de la taberna «True Blue» o de aquella noche fatídica. Pero la historia del Baltimore sigue resonando como un recordatorio: a veces, las grandes crisis nacen en los lugares más inesperados, entre el ruido de las copas y el calor de una pelea que nadie vio venir.