Donald Trump encarna la política como un acto de fuerza bruta: desprecia sutilezas, rompe consensos y convierte cada crisis en un choque de voluntades. Es fácil odiarlo, pero hay una pregunta que persiste: ¿Qué hacer cuando el sistema está tan corrupto que solo queda patear el tablero?
Cuenta la leyenda que en la ciudad de Gordio (Frigia), había un carro atado con un nudo tan complejo que nadie podía desatar. Cual excálibur en la piedra, se sabía que quien lograra desatarlo, dominaría Asia. Muchos lo intentaron, pero el enredo era monumental. Al final, ahí quedaba, como monumento a la complejidad.
Así pasó el tiempo, hasta que Alejandro Magno llegó a la ciudad y se enteró de la leyenda. El joven conquistador intentó desatarlo sin éxito. Pero al no lograr dar con la solución, tomó una decisión audaz: lo cortó con su espada. Este gesto no solo cumplió la profecía (conquistó gran parte de Asia), sino que se convirtió en una metáfora que se usa hasta el día de hoy… una que calza de manera exacta a la guerra Rusia/Ucrania.
El origen olvidado del conflicto de Ucrania: Cuando la «seguridad» se convierte en provocación
Desde hace años nos alimentamos de noticias que vienen torcidas y con una clara agenda que tira para un lado. Por lo menos en Chile, la información internacional viene filtrada por las agencias de noticias y los monopolios globales de noticias (CNN, y otros por el estilo). Escuchar voces disidentes no es muy comun (Al Jazeera, RT… y paremos de contar). Es mas, en cierto momento, se censuró el acceso a medios rusos o que presentaran una visión distinta a las de los medios occidentales.
Que curioso que grandes agencias que repetían y difundían esta forma de ver las cosas eran financiadas por la USAID, y otras por la NED.
El asunto es que esta narrativa dominante pintaba a Rusia como un agresor irracional. Sin embargo, las cosas eran mas complejas (como siempre):
La OTAN, tras la Guerra Fría, dejó de ser un escudo para volverse una espada. Tras la Guerra Fría, la alianza —diseñada para contener a la URSS— se expandió hacia el este, ignorando pactos tácitos y advertencias rusas. El objetivo era simple: acabar con Rusia y convertirse en la potencia hegemónica, sin contrapesos. Esto, aún cuando Rusia ya no era la URSS, y su gobierno no era comunista.
Ucrania, el tonto útil: la insistencia de integrar a Ucrania a la OTAN, a escasos 500 km de Moscú, no era «proteger la democracia»: era instalar misiles que reducían el tiempo de respuesta nuclear ruso de 15 a 5 minutos. Una amenaza existencial para cualquier potencia.
Europa no es inocente: Tanques alemanes, entrenamiento polaco, y retórica belicista francesa alimentaron una guerra proxy, mientras Washington esquivaba el riesgo directo. El conflicto no era sobre libertad, sino sobre quién controlaba el tablero. Así, convirtieron a Ucrania en un proxy de la OTAN, no en un actor neutral.
Juego de narrativas: Bajo Biden, se vendió la guerra como una «lucha por la democracia», pero para Rusia —y para analistas no comprados— fue siempre una cuestión de seguridad fronteriza. Trump, al desmantelar esta dinámica, no solo cede a Putin: desactiva un tablero geopolítico envenenado.
El giro de Trump: Realpolitik sin máscara
Con este nudo gordiano que nos acercaba cada día mas al desastre nuclear, aparece Trump. Y en 3 semanas dio vuelta todo el tablero.
¿Qué digo? ¡Lo pateó!
Negociar con el enemigo: Trump abrió el teléfono y habló con Putin. Algo que no hizo Biden en todo su período presidencial. Pero hay un par de cosas llamativas en este hecho:
Excluye a Ucrania y la OTAN: Al ser solo los dos en el diálogo, reconoce que la guerra siempre fue entre ambos estados, y que todos los demás sólo han sido comparsas.
No es diplomacia: es un reconocimiento tácito de que Occidente perdió la partida al sobreestimar su poder.
Congelar la ayuda militar: Una medida cruel, pero coherente con una premisa: armar a Ucrania sin plan de victoria solo prolonga el sufrimiento y acerca el Armagedón nuclear.
Desmantelar las comunicaciones: Quitar starlink deja al ejercito ucraniano en la oscuridad, sin poder comunicarse y mucho menos coordinarse.
Veto a compartir inteligencia: no sólo ya no les da informes de inteligencia ni acceso a sus satélites, sino que ordena que ningun aliado puede compartirles la información que posee Estados Unidos.
Desmantelar la OTAN como garante: Al negar la membresía ucrania y forzar a Europa a liderar, Trump no solo debilita la alianza: expone su irrelevancia en un mundo donde EE.UU. ya no quiere ser el policía global.
Darle un raspacachos televisado, en directo y sin censura, a Zelensky: lo pone en su lugar, le saca en cara que está provocando una guerra nuclear y, de paso, se gana a su público (los norteamericanos) para que dejen de apoyar a Ucrania.
El precio de la «paz» y la hipocresía desnuda
Los resultados son terribles, pero al mismo tiempo, esperanzadores:
Riesgo nuclear mitigado: Al evitar el envío de misiles de largo alcance a Ucrania —una línea roja para Moscú—, se reduce la posibilidad de escalada inmediata.
Ucrania sacrificada: Obligada a aceptar pérdidas territoriales y renunciar a la OTAN, su soberanía se convierte en moneda de cambio.
Europa humillada: Berlín y París, antes campeones de la «unidad transatlántica», ahora negocian migajas de influencia mientras Trump y Putin redibujan el mapa.
Pero aquí yace la ironía: Trump no inventó este desastre, solo explotó sus grietas. La OTAN, tras 1991, dejó de ser un escudo defensivo para convertirse en un brazo expansionista. Su insistencia en integrar a Ucrania fue un error de cálculo monumental, una provocación que Rusia nunca toleraría. Al desarticular esta dinámica, Trump no actúa por sabiduría geopolítica: ejecuta un ajuste de cuentas con un sistema que glorificó su propia hybris.
Trump me provoca disonancia cognitiva
Detestar a Trump es fácil. Lo difícil es admitir que su crudeza desactivó el peligro mas grande que a enfrentado el mundo, que hizo que el Doomsday Clock marcara 89 segundos para la medianoche.
Trump no es un visionario: es un síntoma de un orden internacional fracasado. Su «paz» —cínica, desigual— no redime su carácter, pero sí revela una verdad incómoda: a veces, el mal menor no lo elige un héroe, sino quien está dispuesto a cortar el nudo con una espada.