Esta entrada es la número 5 de 5 en la serie Fascismos pasado y presente

El fascismo no es solo un fantasma del pasado: sigue presente en discursos de odio, movimientos autoritarios y crisis sociales. ¿Cómo responder a él? ¿Es la violencia la única salida? Aquí, un análisis para entender y actuar.

 EL FASCISMO: UNA AMENAZA QUE NO DESAPARECE

El fascismo no es solo un régimen autoritario: es una ideología que busca destruir la democracia mediante la glorificación de la violencia, el nacionalismo extremo, la supresión de disidencias y la creación de un «enemigo interno» (minorías étnicas, izquierdistas, etc.). Su lógica es expansionista y excluyente, y suele consolidarse explotando crisis sociales, económicas o culturales. Por ello, muchos argumentan que su dinámica intrínseca es violenta y no puede ser contenida mediante diálogo o reformas graduales.

VIOLENCIA COMO ÚLTIMO RECURSO: CUÁNDO Y POR QUÉ

La historia nos muestra que, en contextos extremos, la violencia ha sido necesaria para detener regímenes fascistas. La Segunda Guerra Mundial es el ejemplo más claro: la coalición aliada usó la fuerza militar para derrotar al nazismo. Sin embargo, esto tuvo un costo humano devastador.

Pero no siempre es la única opción. En otros casos, como la caída de dictaduras en Portugal o Chile, la resistencia civil y la movilización pacífica demostraron ser igualmente efectivas. La clave está en evaluar el contexto: ¿el fascismo ya controla el Estado? ¿Hay espacio para la resistencia no violenta?

LOS RIESGOS DE LA VIOLENCIA: ¿UNA ESPADA DE DOBLE FILO?

Usar la violencia contra el fascismo puede ser contraproducente. Por un lado, legitima su discurso de victimización y les da argumentos para reclutar más seguidores. Por otro, puede escalar hacia una espiral de represión y caos, debilitando aún más las instituciones democráticas.

Además, como advirtió Hannah Arendt, la violencia deshumaniza tanto a quien la ejerce como a quien la padece. ¿Cómo evitar caer en esta trampa?

¿QUÉ DICE LA FILOSOFÍA?

Michael Walzer , autor de la teoría de la «guerra justa», la violencia es legítima cuando es el último recurso para detener un mal mayor (como el genocidio) y se aplica de manera proporcional. Por otra parte, Frantz Fanon defiende la violencia revolucionaria como herramienta de liberación ante sistemas opresivos que ya usan la violencia estructural.

En el otro lado de la moneda, Gandhi y Martin Luther King Jr. argumentaban que la violencia reproduce las lógicas del opresor y corrompe moralmente a quienes la emplean. Para ellos, la resistencia no violenta desarma ideológicamente al fascismo al exponer su brutalidad. Pero ¿Estamos dispuestos a morir por ello?

Karl Popper señaló que una sociedad tolerante no puede tolerar a los intolerantes (como los fascistas) sin autodestruirse. Esto justificaría excluirlos de espacios públicos mediante medidas legales o, en casos extremos, fuerza, siempre que se evite caer en su misma lógica autoritaria.

CONSTRUIR ALTERNATIVAS: LA MEJOR DEFENSA ES UN MEJOR FUTURO

El fascismo florece en crisis. Combatirlo no solo implica resistir, sino también abordar las causas profundas que lo alimentan: desigualdad, exclusión, falta de oportunidades.

¿Cómo hacerlo?

  • Fortalecer la democracia: Proteger las instituciones, promover la participación ciudadana y garantizar derechos humanos.
  • Invertir en educación: Enseñar pensamiento crítico y valores democráticos desde la infancia.
  • Crear redes de apoyo: Fomentar la solidaridad y la cohesión social para evitar que el miedo y el odio se impongan.

El fascismo es un enemigo complejo que no se derrota con una sola estrategia. La violencia puede ser necesaria en contextos extremos, pero no es la única respuesta. La clave está en combinar resistencia firme, construcción de alternativas y lucha ideológica.

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